La ansiedad es una emoción básica en los seres humanos, es la encargada de activar nuestro cuerpo para poder actuar ante un peligro. Este mecanismo es genéticamente heredado y nos ha protegido desde los comienzos de nuestra especie, es decir es altamente beneficioso cuando estamos frente a una amenaza real para poder encontrar soluciones rápidamente a los problemas y salvarnos, correr más rápido, tener más fuerza, percibir mejor toda la situación.
Para lograrlo nuestro cerebro activa el sistema nervioso simpático, entonces lo que sentimos es taquicardia, respiración agitada, sudoración, dilatación pupilar, sensación de falta de aire, opresión en el pecho, calor o escalofríos, entre otras sensaciones corporales.
¿Por qué se activa en otras situaciones donde no corre riesgo nuestra vida? Nuestros pensamientos forman parte de este proceso también activando el cuerpo con solo imaginar peligros, aunque no esté en juego la supervivencia.
Por ejemplo si pienso “me va a ir mal en el examen” “voy a pasar vergüenza” “van a pensar que soy incapaz” son situaciones en las que sentimos que hay mucho en juego, que podemos perder aunque sea la valía personal y nuestro cuerpo se activa preparándose para la acción.
En ocasiones la ansiedad es tan alta que preferimos evitarla, entonces, supongamos, no realizamos la actividad temida, lo cual puede resultar tranquilizador en el momento, pero nos trae mayores dificultades a mediano plazo, ya que no podremos postergar la tarea por siempre y comenzamos a evaluar nuestra capacidad de afrontamiento cada vez más pobre y la situación como un peligro exagerado.
Muchos pacientes consultan por no poder manejar su ansiedad por ser elevada, mantenerse mucho tiempo o por interferir en áreas de su vida, presentando pensamientos irracionales imposiciones dirigidas a uno mismo como “debo realizar el examen sin tener fallas” “debo hablar en público sin ponerme rojo, sino se darán cuenta que soy un fracasado” “si me dicen que no sirvo para el trabajo no podré soportarlo”. Estos pensamientos hacen naturalmente que la ansiedad aumente.
En la terapia cognitivo-conductual trabajamos con psicoeducación, enseñándole al paciente sobre su ansiedad, haciendo ejercicios para la modificación síntomas de ansiedad (ejercicios de respiración y relajación), detección de pensamientos irracionales, buscando evidencias para sus creencias, planificando experimentos conductuales para someterlas a prueba, haciendo evaluaciones más racionales junto con el paciente y aprendiendo resolución de problemas entre otras herramientas.
El objetivo es lograr que el paciente recupere las actividades que comenzó a evitar con el aumento de la ansiedad o que aún no pudo afrontar y es su deseo realizarlo.
Estos son los instrumentos que se le brindan al paciente para que él mismo pueda aprender a manejar su ansiedad, siendo el protagonista de sus cambios, solo de esta manera podrá mantenerlos en el tiempo.
(*) Carla Tais
Licenciada en Psicología
M.P. 3862
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