Entre los pocos argentinos que pudieron entrar al estadio Maracaná para presenciar la final de la Copa América estuvo Nicolás Gatti, quien desde Villa Nueva se fue a vivir hace un tiempo a Brasil, y contó cómo vivió ese día lleno emociones y contratiempos para finalmente ver campeona a la Selección.
Su rostro se vio en las últimas horas en varias imágenes reproducidas por medios argentinos que fueron siguiendo lo que pasaba en el mítico estadio de Río de Janeiro.
Nicolás apareció por el canal de noticias TN enviando saludos “a toda la gente de Villa María y Villa Nueva” y también se lo vio en posteos del Instagram del dario Olé y de otros medios argentinos.
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24 horas milagrosas
Con la voz muy cansada y quebrada por todo el griterío y la tremenda emoción vivida, este villanovense le contó a Villa María VIVO desde Brasil la casi milagrosa jornada que atravesó para poder llegar al estadio.
La noche antes del partido no tenía ni pensado asistir a la final de la Copa América y, por una serie de sucesos afortunados, terminó entre los pocos argentinos que pudieron alentar en vivo y en directo a la selección.
Nicolás Gatti vive en Arraial Do Cabo, un paraíso que tiene algunas de las mejores playas de Brasil, y está a 164 kilómetros hacia el Este de la ciudad de Río de Janeiro, dentro del mismo estado.
“El viernes, como a las 22:00 horas, yo estaba viendo una serie y un colega que trabaja en la playa conmigo me mandó un mensaje por Whatsapp preguntado si sabía si se podía ir a ver el partido”, relató.
“Le dije que me parecía imposible, porque había 2.000 entradas disponible nada más y en el estado de Río de Janeiro hay 18.000 residentes argentinos”, contó.
De todas maneras, con intentarlo no perdían nada y les pasaron un formulario para completar y enviar a otro argentino que estaba en Buzios organizando un viaje al estadio.
Le consultaron y justo le quedaban dos lugares. Completaron el formulario y se lo aprobaron: “Ahí entré en shock”, admitió Nicolás.
Sin dudarlo ni demorarse, agarró una mochila y puso una gorra, un short de baño, una botella de agua, un chocolate, el documento y un poco de dinero.
Cuando llegaron a la terminal de Arraial Do Cabo, ya no había más colectivos que salieran hacia Buzios.
Pero cuando el destino manda, las oportunidades aparecen.
Justo en ese momento en el que buscaban cómo viajar hacia Buzios paró un automóvil, se pusieron a conversar, y los acercó hacia Cabo Frío, una ciudad a 13 kilómetros hacia el norte, desde la que pudieron tomar un ómnibus a su primer destino.
Pensaron que todo era falso
A Buzios llegaron a 1:00 de la madrugada del sábado, y tuvieron que esperar hasta las 5:00 para subirse al transporte que los llevaría hacia el estadio Maracaná.
En un viaje así, siempre surgen imprevistos. Esa madrugada se largó a llover como nunca y Nico y su amigo terminaron totalmente mojados.
Las horas pasaban y las dudas empezaron a acecharlos. Comenzaron a pensar que todo era falso, que era un engaño. “No había nadie en la calle. Solamente nosotros con una mochila. No podíamos creer que íbamos al Maracaná”, contó sobre ese momento.
Pero a las 5:00 subieron al colectivo, todos mojados, y comenzaron el viaje de otros 177 kilómetros hacia el oeste para llegar a la ciudad de Río de Janeiro.
“Nadie tenía certezas de nada”, remarcó.
Una vez en la capital del estado de Río de Janeiro, donde está el enorme Cristo Redentor que mira hacia esas playas únicas, comenzaron con el papelerío para que los dejen entrar.
Fotocopias de documentos, llenado de más formulario y un PCR que tuvieron que hacerse para demostrar que podían entrar al estadio libres de Covid.
A Río de Janeiro llegaron como a las 7:00 del sábado y a las 8:00 había gente haciendo fila para ingresar a la cancha.
En un momento, cuando ya tenían todo lo que les habían pedido, vino una persona y dividió la fila de argentinos en dos: los que tenían número para ingresar, de un lado, y los que no tenían número, del otro.
Nicolás quedó entre los que no tenían número, y por lo tanto con muchas menos posibilidades de ingresar entre los 2.000 lugares dispuestos por la organización para la hinchada argentina.
Cuando la suerte acompaña
Pero era el día, sin dudas. El día para Argentina, después de tanta espera de no lograr campeonatos, y el día de Nicolás, también después de una larga espera.
Así como si nada, de repente, se le acercó un hombre y le preguntó si él tenía número. Nicolás le dijo que no. El hombre le dio el suyo y le dijo que vaya a ver si le daban la credencial para entrar.
No lo podía creer. Pasaron en un segundo del desánimo a la ilusión.
Y allá fue con el numerito que un desconocido le había regalado sin más, en busca de su credencial.
A las 15:00 horas ya tenía su credencial para el partido, pero todavía faltaba muchas emociones por vivir en ese sábado 10 de julio.
Cuando comenzaba a anochecer, pudieron ser testigos de la llegada del colectivo de la Selección, y allí comenzó el aliento a los jugadores, que siguió adentro del estadio.
Ubicado finalmente en las tribunas del Maracaná, primero siguieron la entrada en calor de los arqueros, momento en el que el más ovacionado fue el “Dibu” Martínez, atajador de los penales le permitieron a Argentina llegar a la final.
“Eso fue muy emocionante, pero la ovación mayor fue cuando entraron Messi, Di María y Lautaro Martínez”, contó.
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Mientras los argentinos alentaban con sus típicos cantos, los brasileros parecían no estar muy conectados con su equipo, observó el villanovense desde su lugar.
Una final de la Copa América para toda la vida
Al momento del inicio del juego había solamente unos 200 hinchas cariocas, aunque luego fueron ingresando muchos más durante el partido.
Aún con poca gente en las tribunas, el público local se hacía sentir. Pero todo se transformó en un gran silencio cuando Angel Di María convirtió el que sería finalmente el gol de la victoria.
“Pasado el primer tiempo alentábamos a más no poder”, contó Nico, hasta que en un momento entraron en la desazón.
Los argentinos estaban ubicados detrás del arco que defendía Brasil cuando el equipo local convirtió el gol que sería anulado por posición adelantada. Pero varios hinchas albicelestes en ese momento no se dieron cuenta que el línea había levantado el banderín, invalidando la jugada.
Por varios minutos creyeron que el partido iba 1-1.
Cuando cayeron en la cuenta, comenzaron los aplauso y cantos para el línea.
“Se acercaban los minutos finales, y no lo podíamos creer. Nos pusimos alentar a los suplentes para que entraran con la mejor. En un momento, faltando 10 minutos, nos fuimos con todas las ganas lo más cerca que pudimos. Estuvimos a 20 metros de ese casi gol de Messi”, recordó el villanovese.
Al terminar los 90 minutos, se desató el festejo y la emoción del triunfo.
“Gracias a Dios que se le dio a la Selección Argentina y a Leo Messi. En lo personal estoy muy contento de haber sido parte de algo tan único e irrepetible”, dijo emocionado.
“Es muy lindo cuando todos alientan para el mismo lado, todos apoyando para ganar. Porque cuando alguno de los jugadores se equivocaba, lo alentábamos más para que saliera adelante. Fue una hazaña maravillosa”, dijo.
De la tristeza a la felicidad
Nicolas Gatti había sacado tiempo atrás un vuelo en Aerolíneas Argentinas para viajar este domingo 11 de julio de regreso al país y visitar a su familia, a la que hace más de un año que no ve.
Pero por las restricciones para ingresar a Argentina vía aérea que impuso el gobierno, se había resignado a quedar varado un tiempo más en el estado de Río de Janeiro.
Esa situación lo había sumido en cierta tristeza, pero la aventura de la que finalmente pudo ser parte de la final de la Copa América lo llenó nuevamente de felicidad.
“Acá parece que el festejo no termina nunca. Igualmente, extraño mucho a la familia y a los amigos, y espero poder volver pronto y darles un abrazo a todos”, se despidió.
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Nicolás Gatti tuvo la buena estrella de estar en el momento y el lugar justo para que las cosas se dieran de una manera única, y vivir así una experiencia que recordará por décadas, al igual que en la memoria de todos quedará grabada la obtención de esta nueva Copa América para Argentina, tras 28 años de espera.
Y un villanovense lo vivió y lo contó en primera persona.