Por Andrés Ferreras.
El comienzo del juicio por el femicidio de Claudia Rodriguez puso en el estrado judicial uno de los casos más resonantes de violencia familiar ocurridos en la provincia de Córdoba. El cómo, cuándo y dónde se produjo lo instaló de modo impactante en el conocimiento público.
Le sucedieron marchas, graffiti, consignas, remeras, carteles y discursos. Todo contribuyó a que la violencia de género e intrafamiliar pasara al primer plano del debate público. En Tribunales de Villa María se multiplicaron las denuncias de situaciones que se mantenían en la intimidad, naturalizadas o minimizadas.
En la primera audiencia del juicio no faltaron los gritos de “asesino” contra el acusado y las estrategias de la defensa para “embarrar la cancha”, como creen que ocurrirá a lo largo del proceso, según estimaron desde la defensa.
Del único testimonio que se escuchó en el primer día, el del padre de la víctima, se supo que las peleas y agresiones estaban acompañadas de desprecios y amenazas. “No era vida la que llevaba”, dijo Emilio sobre su hija.
La violencia y el acoso fue creciendo hasta terminar en un mediodía fatal ante la vista de todos. ¿Se pudo haber evitado? Nadie podrá asegurarlo ahora.
Según ese mismo testimonio, las intenciones de mediar en una relación conflictiva no prosperaron más allá de la sugerencia y la resolución de las situaciones que tenían a maltraer a Claudia eran abordadas por ella y su pareja.
Ya se habían separado y había una exposición policial por amenazas. Pero quedó la sensación que no hubo quien interviniera o hiciera algo para evitar lo peor. La violencia debe ser detenida a tiempo. Hacer las cosas en ese momento en el que lo lamentable puede ser evitado. Ahora sólo resta escuchar en silencio, y esperar que la Justicia sea justa.