Por Fernando Agüero (*)
Hace 20 años no existía Internet; menos, las redes sociales. Los perfiles truchos de la época eran panfletos o volantes que se tiraban en las calles.
La irrupción de las redes sociales produjo una revolución en los medios de prensa de la que todavía no conocemos el final ni cuáles serán sus derivaciones. La dinámica con que se mueven es tan vertiginosa que no hay tiempo real-humano para procesar la información que va y viene, las opiniones, los cruces y las derivaciones de lo que uno dice o postea en el muro de su Facebook o a tráves de Twitter y las demás redes.
Nos está pasando: hoy me encontré con un dirigente político que me contó que leía mi perfil y que tal comentario le había interesado y, por más que parezca una perogrullada lo que acabo de expresar, si volvemos en el tiempo unos años podremos entender que eso no pasaba, no había forma de que alguien se enterara de una de nuestras aseveraciones si no era a través de los canales de los medios o de un cara a cara. Sólo los medios de prensa propiciaban los espacios y recintos de la comunicación con todo lo que ello implica: dejar de lado muchas miradas, ocultar algunas y destacar otras, según el interés del editor o del periodista. Si bien eso sigue sucediendo, la aparición de las redes en la escena política y comunitaria ofrece una herramienta de extremo poder a las audiencias, que ya no son tales ya que se transforman en editoras, en disparadoras de temas y en medios alternativos. A todo eso subyace un fenómeno que no es para nada nuevo: la aparición de lo panfletario, de la denuncia con o sin asidero escondida en el anonimato.
Hace unos años, lo que hoy se hace a través del perfil de Ramón Valdéz (el actor que encarnaba al mítico Don Ramón) se hacía en imprentas, mimiógrafos, fotocopiadoras o a mano. En mi pueblo, en tiempos electorales los dirigentes políticos se levantaban más temprano que nadie: salían a las calles con su gente a levantar panfletos que habían sido desparramados por los barrios durante la madrugada por sus rivales. Hoy, al “compartir” una foto, un texto u opinión en Facebook, se desencadenan múltiples posibilidades de contacto, con escasos filtros.
En nuestro medio tenemos una política abierta con respecto a los comentarios de quienes nos leen. No somos perfectos y se nos escapan algunas cuestiones. Se eliminan aquellos que utilizan términos ofensivos contra personas o situaciones, y los que se originan en perfiles falsos, una modalidad muy habitual en las redes en estos tiempos. Creemos que ese control es necesario porque la expresión libre es una idea compartida pero siempre bajo reglas claras. Y creo que la más importante de esas reglas es que cuando alguien dice algo, lo que sea, aparecen su nombre y apellido y su fotografía. Hay aplicaciones que permiten conocer si un perfil es falso o no que revisan un poco más que un nombre y un lugar de origen. Nos valemos de ellas para que las reglas sean claras y todos seamos visibles a la hora de decir lo que pensamos. Si no, todos somos presas fáciles de las operaciones, de los odios personales, las rencillas políticas de poca monta y la actitud de gente que no tiene lo necesario para dar la cara.
(*) Director de Carlos Paz Vivo