Miguel Ardovino tiene 71 años y, desde que era un niño de apenas nueve, todas las madrugadas reparte diarios por las calles de Villa María. Con lluvia o con frío sale a ganarse la vida, aún a su edad, cuando debería estar descansando.
El domingo por la mañana, un joven de 20 años le robó su único medio de trabajo: La moto Honda Wave roja en la que reparte diarios cada día.
Fue uno de los peores momentos que pasó, porque pensó que volvía a quedarse sin nada.
En un instante habían desaparecido su moto, todos los diarios y el dinero que le debía rendir a las distribuidoras.
Era la segunda vez que le robaban una moto. En 2014 también le sustrajeron su único medio de transporte. A esa, nunca más la pudo recuperar.
Este otro robo, afortunadamente para Miguel, se pudo resolver muy rápido. Felizmente recuperó la moto, algunos diarios y parte del dinero.
Todo fue encontrado en barrio Los Olmos, en el domicilio del chico que le robó, y que quedó detenido.
La Policía informó este hecho apenas había ocurrido. Todo pudo resolverse el mismo domingo, en cuestión de horas.
Tal es así que Miguel andaba, en plena siesta, completando la entrega que le había quedado pendiente. “Porque para mí, primero está el reparto”, aclara.
De la alegría a la amargura
Un poco más tranquilo, café de por medio, en una pausa de su trabajo diario, Miguel le contó este lunes a Villa María VIVO lo que vivió el domingo.
“Tengo muchos clientes en ese barrio (el San Martín) y en todos lados. Venía contento porque me hacía un día soleado. Gracias a Dios, un domingo que no me llovía”, comentó.
A media mañana estacionó su moto en la esquina de calles Corrientes y 17 de Agosto. Se bajó a la casa de una clienta de toda la vida.
La mujer se moviliza en silla de ruedas, y a veces, Miguel, además de dejarle el diario, le presta alguna ayuda, alcanzándole algo o arrimándola con la silla a algún lugar.
Así es de generoso y servicial. “Por eso me demoré adentro de la casa, pero no mucho”, cuenta.
“Cuando salí, pensé que era una broma. No vi más la moto. Creí que alguno de por ahí me la había escondido, pero no. Y me agarró una amargura…”, relata.
De inmediato pidió prestado un teléfono, porque Miguel no tiene celular. Llamó a la Policía como pudo. Con sus manos temblorosas por los nervios alcanzó a marcar el 101.
“La chica me atendió y enseguida me mandaron un móvil”, contó. Los policías lo tranquilizaron y le adelantaron que ya estaban sobre la pista del posible autor.
“Lo siguieron por las cámaras hasta ver dónde entraba. Y ahí le cayeron”, contó Miguel.
Es lo que recuerda. El momento todavía es confuso para él. No puede dar con claridad a qué hora pasó todo, por lo nervioso que se puso.
Retumbaba en su mente el recuerdo de la otra moto robada, la de siete años atrás.
Cuanta que aquella vez fue en la puerta de la casa de su hermano, quien le había dicho que pasara y se quedara a comer, porque nunca compartían un almuerzo.
Pero Miguel prefirió irse, por aquello de que el reparto es lo primero.
Al salir de la casa, igual que ahora, la moto ya no estaba. “Y no la encontré más”, se lamenta aún de aquel otro hecho.
“Pucho” reparte diarios desde los 9
Los domingos reparte más de 200 diarios y revistas a sus clientes de siempre.
“Hay que andar todos los días bajo el frío y el agua”, advierte detrás de sus gruesos anteojos y bajo una gorra de tela gastada.
Dice que pocos le creen que su edad es 71 y que ya van a hacer 62 años que reparte diarios.
Cuenta que a los 9 comenzó buscando los ejemplares del diario Córdoba que llegaban a la parada oficial que en esos años tenían las empresas de colectivos sobre avenida Yrigoyen y Corrientes.
Desde allí que viene su apodo “Pucho” o “Puchito”, como le decían de pibe. Salía corriendo para llegar temprano con los diarios.
Luego anduvo muchos años en bicicleta, por una “común”, aclara. Recién con el tiempo pudo tener una “de reparto”, con canasto, para mayor comodidad.
“Todos me decían: ¿Por qué no te compras una moto? Pero no se podía”, recuerda, y se emociona:
“Mi madre había muerto cuando era muy chico. Tenía a mi abuelo enfermo, y yo me creía responsable de cuidarlo. Hacía falta la plata”.
Su esfuerzo no conoce de descansos. Desde entonces, todos los días, incluso ahora a sus 71 años, sigue saliendo de su cama muy temprano, para irse a trabajar.
De madrugada o de mañana, se cruza por las calles con gente medio siglo más joven que él. Chicos y chicas que gastan noches y amaneceres de fiesta, o en el delito, como en este caso, mientras Miguel sigue laburando.
“Me estaba ganando la vida. Y estos cretinos…”, se muerde los labios al pensar en que pudo volver a quedarse sin nada una vez más.